A pesar de la noche

El siguiente texto lo escribí el 10 de enero de 2018 para la Cineteca Nacional, como parte de la exposición Miradas contemporáneas. Por esas fechas también tuve la oportunidad de hablar con Philippe Grandrieux para una entrevista que publicó F.I.L.M.E. Magazine.


La imagen secreta de un grupo de personas caminando sin rumbo entre las sombras, deslumbradas de pronto por fuertes luces que les blanquean el cuerpo, regresa en A pesar de la noche (Malgré la nuit). Grandrieux había recurrido a ella en su película de 2002 La vie nouvelle y, tanto entonces como ahora, el recurso expresa lo mismo: el pasmo, un golpe que define las acciones del ser humano como las de un animal, incitándolo a reaccionar por impulso o morir en la indecisión. Una variante de la alegoría platónica en donde, en lugar de encontrar razón en la luz que llega de afuera de la caverna, lo que se encuentra es la fuerza de vuelta directa a nuestros instintos bestiales.

Lenz es un hombre perdido, deslumbrado por una mujer. Suspendido en la negrura de un pasado indefinido, su encuentro con Hélène lo devuelve entonces a un estado primario en donde prácticamente sólo se atienden las necesidades del cuerpo, sus distintas hambres y movimientos, y en donde se adopta el sexo como un estímulo absolutamente carnal. Ella, por su parte, es un agente de la autodestrucción, seduce día y noche a la muerte (de día, como enfermera, tratando la carne de un paciente decrépito; de noche, con la entrega de su cuerpo a la brutalidad anónima de un grupo oscuro de sadomasoquistas) y, sin saberlo, condena a su enamorado al enredarlo en sus ánimos mortuorios. Hélène, por sus propias causas desconocidas, también está a la deriva.

Ambos caen juntos en una suerte de baile nocturno de miembros que se buscan de lejos y de cerca, que se palpan con violencia en la cama y que intentan atravesar los antros sucios, salones de inframundo y sótanos depravados del bajo París —la ciudad desprovista de todo romanticismo— para encontrarse de nuevo, apartando a los múltiples amantes que los separan, explotados por la fascinación de este cineasta por capturar el movimiento vivo, prácticamente musical, de sus personajes. El humano para Grandrieux sería trágico si no fuera por su tendencia natural a dejarse quemar por la candela. Δ

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